¡Hola!, soy Jeff Arturo -sí ese es mi nombre… nadie es perfecto-, les contaré una experiencia que cambió mi vida. Horas previas a la Navidad, había sido un día ajetreado, felicitaciones en el trabajo y la tensión de llevar algunos víveres para la cena. Teníamos invitados en casa y eso era todavía más agobiante, porque no podía dejar mi diseño inconcluso por ser ya casi fin de año.
En medio del brindis con los compañeros, los bocadillos y la efusiva alegría que causan las bebidas espirituosas, el tiempo me fue rebasando.
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Como pude acabé los deberes, bueno, mi trabajo y lo envié a mi jefe. Salí corriendo sin parar a comprar lo que faltaba, las tradicionales botanitas, el pastel y las bebidas espirituosas.
Había pasado ya cinco tiendas y no encontraba nada; el celular no paraba de sonar, Lucrecia -mi esposa- exigía mi presencia con el encargo porque los invitados ya estaban llegando; Natalia mi hija me pedía permiso para ir con el novio a pasar la Navidad y su madre se lo negaba.
Comencé a angustiarme más, el día había estado estresante y la noche iba en camino para peor.
Por fin, pude hallar el pedido de mi amada esposa, no de la calidad que se esperaba, pero iba completo.
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Eran las diez de la noche estacioné el coche atravesé el jardincito y abrí la puerta de la casa, medio alcance a ver a los invitados y como un sonido que comenzara alejarse escuché el grito angustiado de mi esposa, la vista se me nubló y no supe más de mi.
Me cuenta Lucrecia -mi esposa-, que me había quedado en sus brazos, sin conciencia y en medio de la reunión, todos azorados, decidieron que se tenía que suspender, no obstante, todos fueron solidarios.
Alguien propuso llevarme al Sanatorio San Francisco, y así fue. En una ambulancia me trasladaron de Polanco hasta Sagredo 7, sí en la San José Insurgentes de esta complicadísima Ciudad de México.
Y, fuimos hasta allá, porque quien recomendaba al Sanatorio afirmó con vehemencia que ahí, además de contar con lo necesario para atenderme médicamente, porque hay médicos las 24 horas del día de todo el año, estaba el fehaciente ejemplo de las religiosas que dirigen el San Francisco… la bondad, la paz y el bien.
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Me dijeron que tan pronto llegamos… salió de prisa, la gentil recepcionista, quien presurosa llamó al médico de guardia, él dio instrucciones a la enfermera con el fin de que se me practicaran laboratorios, Rayos X y fueran a la Farmacia que tiene el Sanatorio por el medicamento para aplicarlo de inmediato.
Mientras, mi esposa, con la amable chica de recepción llenaba todos los requisitos y fue tratada con gentileza para calmar la evidente tensión de haberme visto inerme.
Y sí, como afirmaba Luis, quien nos llevó a esta bendita institución médica, se encontraban al pie del cañón las gentiles religiosas y todo su equipo médico.
Cuando desperté, tomé conciencia y me vi en el Sanatorio San Francisco, quedé azorado. No acertaba a entender qué había pasado y al verme entre tanto cablerío que me habían conectado con el suero y oxígeno, pensé que todo había acabado.
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De pronto una maravillosa religiosa, con dulce voz me tranquilizó, y me dijo con esa paz que sólo tienen las personas generosas guiadas por el halo divino: “Dios está con usted, todo va para bien”.
Con más tranquilidad me explicó que sufrí una crisis hipertensiva por tanta presión que había tenido y que no era momento de agitarme sino de orar para estar en paz y ayudar a los médicos del Sanatorio con mi disposición, porque todo iba por buen camino.
Pensé… ¿no hay por qué agitarme más?
La cuenta del Sanatorio sería más estresante que tres brindis de Navidad.
Cuando le pregunté por Lucrecia, me dijo que la Madre Superiora estaba con ella, platicando para calmar la tensión que le había provocado el incidente.
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No puedo quejarme en verdad, me estaban atendiendo muy bien, me habían sacado de la crisis hipertensiva y con todo los cables que les digo que tenía enredados en mi cuerpo para hacerme llegar nuevamente la vida y demás, iba sintiéndome mejor.
¡Las 12 de la noche!
¡Navidad!
Y mientras todos conversaban el inesperado incidente por el que tuvieron que pasar la Navidad en un Sanatorio, yo daba sigiloso gracias a Dios de que existiera este Sanatorio San Francisco, gracias a ello la estaba volviendo a contar.
El Nacimiento del Niño Jesús me trajo no sólo la salud eventualmente perdida sino la reflexión de que siempre habrá gente buena, muy buena en los caminos de Dios.
Y, ¡por supuesto que sí!
¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad!, porque en la Tierra pasen los hombres de buena voluntad.
¡Sí!, ¡sí! y que se multipliquen.
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Porque en la actualidad hay tanto mal que deambula presuroso por las calles de nuestro México, que se hace necesario que la esperanza se renueve y volvamos todos a unirnos bajo el precepto de la Paz y el Bien, como reza la sabia frase de San Francisco de Asís que se lee en este luminoso Sanatorio.
El estar cerca de Dios nos recuerda la grandeza de su ser, que nos oxigena justamente a nuestras vidas.
A los dos días salí, me dieron el alta médica y cuando hubo que enfrentar la cuenta, no lo podía creer… se cobraba lo justo, ni más ni menos.
No tuve que pensar en hipotecar la casa ni en vender el coche o firmar letras de cambio.
En mi pensamiento sólo estaba que Dios me había dado una nueva oportunidad de volver a vivir y había que tomar el reto para disfrutar la vida a plenitud, con gratitud y con verdad.
¡Gracias Sanatorio San Francisco!
Y cómo que no:
¡Feliz Navidad a todos!
Jeff
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Entre aquí para hallar la ubicación del Sanatorio San Francisco (Sagredo 7) con un mapa del lugar
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Teléfono Sanatorio San Francisco: 55 5598 3100
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